Portada primer número de la revista

Número 1

Contenido

Editorial

Yuldama y el viejo conquistador

La importancia de llamarse Fresno

Memoria y futuro

Fundación Yuldama hijos y amigos de Fresno

Los templos de guadua de Simón Vélez y la arquitectura de la zona cafetera

Mariquita y el eco de una propuesta regional

Germán Botero

El trompo y el universo

Mirando al pasado

Expediciones lúdicas

¿De dónde viene el agua?

Colegio María Auxiliadora: 100 años después un sueño hecho realidad

Crucigrama

Yuldama y el viejo conquistador

(un relato por entregas)

Por WILLIAM OSPINA

1.

LOS GUALÍES

En la región de la cordillera central donde ya se divisan las llanuras del río Yuma, al que los españoles llamaron río grande de la Magdalena, entre las desembocaduras del Guarinó y del Gualí, que bajan encajonadas por los cañones con agua del deshielo del nevado de Herbe, que después fue llamado del Ruiz, había una tierra apacible, de climas cálidos y vegetación abundante, a la que los primeros españoles llamaron "El país de Tierra Caliente", para diferenciarlo de la fría Sabana de los muiscas.

Durante siglos había sido región de intercambios de cuatro naciones distintas. En primer lugar del reino innumerable de los pantágoras, señores de las montañas del norte, que recogían en bateas alargadas el oro de los ríos, y llenaron de leyendas la provincia riquísima a la que se llamó La Dorada. En segundo lugar estaba la nación de los marquetaes, que ocuparon la cordillera por el occidente, hasta más allá de los páramos, donde empieza el cañón del río occidental, el Cauca hondo, y que fueron siempre sembradores y orfebres. En las tierras llanas estaba la nación de los gualíes, numerosa también y separada en distintas provincias de ondamas y lumbíes, chapaimas y calomaimas, oritaes y bocamenes, onimes, herbes y guarinoes. Y finalmente la nación de los panches de la llanura abierta, hombres aguerridos que llenaban la tierra hasta el sur, y que afirmaban ser hijos y hermanos de los peces del río, porque panche en la lengua de los indios significa bagre.

A algunos de estos pueblos los españoles los llamaron pijaos, pero todos eran reinos distintos, que mediante rituales e intercambios de palabras habían aprendido a convivir y a respetar las fronteras ajenas, porque su asentamiento en distintas regiones les permitía intercambiar los productos de la tierra y del agua: los peces (bagres y capaces, pataloes, bocachicos y nicuros) que los panches sabían salar y secar en la orilla del río, las frutas de las aldeas del pie de monte, las yucas y las batatas de las tierras medias, los venados y los guatinajos que abundaban al comienzo de la montaña, el maíz de mazorcas doradas y moradas y rojas que llenaba las tierras de vertiente, y la papa de muchas razas que crecía en las laderas más frías.

Hacia 1540 el conquistador Baltasar Maldonado cruzó con sesenta hombres esas tierras buscando el oro de los ríos, pero su primera incursión fue repelida por los arqueros indios, y diez españoles murieron de flecha. Aunque en la segunda incursión perdió otros diez hombres, el terco Maldonado lo intentó por tercera vez, y por ello volvió a Santafé con sólo una tercera parte de los soldados que había llevado. En 1551, Francisco Núñez Pedrozo, uno de los rebeldes que dieron muerte en Lima al marqués Francisco Pizarro, emprendió una expedición a las tierras donde convivían los panches y los marquetaes, los pantágoras y los gualíes, con el fin de someter el corazón de la tierra caliente, y apoderarse de sus muchas riquezas.

Después de arduos combates, Núñez Pedrozo fundó, cerca del río y al pie de la cordillera, la ciudad de San Sebastián de Mariquita. Como en muchos lugares del continente, fue llamada San Sebastián en recuerdo de un soldado romano de la antigüedad que se había convertido al cristianismo, y que en castigo por esa conversión fue asaeteado hasta la muerte por los centuriones romanos. Por causa de su muerte, ese santo se había convertido en América en el protector de los españoles contra las flechas envenenadas de los indios, y fue el patrono de san Sebastián de Urabá, de san Sebastián de Buenavista, y también de esta ciudad en el centro del país de los Marquetaes.

Uno de aquellos conquistadores arrebató en un poblado de los herbes a un niño indio llamado Yuldama, y lo crió como español. El niño aprendió a leer y a escribir, y creció al lado de una hija del conquistador, que dicen que se llamaba Isabel. No era tratado precisamente como un hijo, estaba claro que su lugar en la casa era ser parte de la servidumbre, pero no padecía violencia, aunque sí fue testigo de las crueldades que se obraban contra su pueblo, entre ellas el día en que cinco indios fueron ahorcados de los árboles de la plaza, que eran altos y frondosos, y las muchas vilezas que obró Pedro de Salcedo, quien por faltas leves castigaba a los indios cortándoles narices y brazos.

Entrado en la adolescencia, Yuldama comprendió que estaba enamorado de la muchacha que, según unos, era mestiza, y según otros, española, y ella le correspondía, pero ambos temían la reacción del padre de la joven, que era un hombre cruel, pues sabían que no aceptaría jamás la unión de su hija con un sirviente de raza india. El hombre, Francisco Jiménez, empezó a sospechar que algo había entre su hija y el indio, y decidió separarlos. Cuando Yuldama se enteró de que no podría volver a ver a la joven, tomó una decisión desesperada: abandonó la casa y huyó hacia los poblados de donde había sido arrebatado.

Sabía leer y escribir, y manejar armas españolas, pero se aplicó a ser un indio. Como otro muchacho nativo de aquellos tiempos, Francisquillo, que había sido criado por españoles en Santa Marta, y cuya condición de privilegio le había permitido advertir la enormidad de las afrentas que padecían sus propias gentes, un día no soportó más y corrió a reunirse con sus hermanos. Francisquillo solía enviar alimentos y provisiones a los barcos que navegaban por el Magdalena, pero después hacía caer sobre ellos, lluvias de flechas. Interrogado por esa conducta contradictoria, les respondió a los aventureros que no los alimentaba por cariño sino porque le parecía indigno aprovecharse de enemigos debilitados por el hambre y por las enfermedades. Les daba alimentos para que pudieran estar fuertes y combatir con ellos en condiciones de igualdad.

Yuldama seguía enamorado de la española y tomó un día la decisión de raptarla. Parece que Francisco Jiménez se atravesó para impedirlo, Yuldama lo atacó, y el padre de la joven cayó muerto, no se sabe si por la lanza o por la espada de aquel muchacho que había crecido en su propia casa. No podemos inventar lo que no sabemos, pero lo cierto es que la joven no parece haberlo culpado por la muerte de su padre, ya que huyó con él y se animó a vivir como una india, en los palenques de su compañero de infancia. Hay quien ha comparado la historia de Yuldama con la del Cid de Corneille, en la que también Ximena está enamorada del hombre que ha matado a su padre.

La noticia de que un indio de la nación de los gualíes había matado a un español y, sobre todo, que había raptado a su hija causó consternación en San Sebastián de Mariquita, y escándalo en San Bonifacio de Ibagué, la ciudad fundada por Andrés López de Galarza en el Valle de las Lanzas, igual que al otro lado del río, en Tocaima, en Santafé y en Tunja, las ciudades principales de la Sabana. Todos los españoles consideraron urgente poner freno a los atrevimientos de aquellos indios de tierra caliente, y una primera expedición salió para castigar a los Gualíes.

Enterado de su avance, Yuldama convocó a los jefes de las distintas provincias, a Ondama que gobernaba a los pescadores de bagres del Magdalena, a Umatepa, que mandaba en las llanuras del norte, a Unicoa el Señor de la Luna, a Cirirgua el conocedor de las nieves, y a Cimara, el hombre pájaro de las vertientes del Gualí, que baja aguas del deshielo de las tierras blancas del oeste, a Poro y Pomorca, los hermanos de las vertientes del Guarinó, a Abea y Ujiate, a Totor y Niquiatepa, y sus ejércitos de flecheros cargaron contra las tropas recién llegadas. De mucho le sirvieron sus conocimientos del mundo de los conquistadores, porque la avanzada de los gualíes y de sus aliados venció a la primera expedición de castigo. Era natural que fuera así, porque en aquella provincia de Tierra caliente había no menos de treinta mil guerreros.

Yuldama volvió al lado de su española. Mientras tanto, los conquistadores, enterados de la derrota, empezaron a preparar una segunda expedición, y la confiaron al mando de Jerónimo Hurtado de Mendoza, sobrino de Gonzalo Jiménez de Quesada, con quien acababa de salir de una expedición suicida a los llanos orientales. Y ésta fue la causa, no sólo de la Fundación de Santa Águeda del Gualí, el gran fuerte español en las tierras del oro, sino de que el más importante conquistador del Nuevo Reino de Granada, Gonzalo Jiménez de Quesada, emprendiera, ya a la edad de setenta años, su tercera guerra en las Indias, la causa de que aquel adelantado del gran reino de Tierra Fría, la Sabana de los muiscas, terminara sus días en el corazón de la Tierra Caliente, en las llanuras de San Sebastián de Mariquita.

Pero para entender cómo ocurrió todo aquello, debemos contar en nuestro próximo número, cómo fue la aventura de Gonzalo Jiménez de Quesada, desde su nacimiento en Andalucía, en tierras que fueron de los árabes, cuando apenas comenzaba el siglo XVI y América acababa de ser descubierta.