Portada primer número de la revista

Número 1

Contenido

Editorial

Yuldama y el viejo conquistador

La importancia de llamarse Fresno

Memoria y futuro

Fundación Yuldama hijos y amigos de Fresno

Los templos de guadua de Simón Vélez y la arquitectura de la zona cafetera

Mariquita y el eco de una propuesta regional

Germán Botero

El trompo y el universo

Mirando al pasado

Expediciones lúdicas

¿De dónde viene el agua?

Colegio María Auxiliadora: 100 años después un sueño hecho realidad

Crucigrama

La importancia de llamarse fresno

Por FRAY JULIÁN SANTAMARíA

Aprovechando la estadía en tierras españolas, en el marco de la celebración de los 150 años de la fundación de Fresno, me pareció buena idea buscar el origen de su nombre. Hallé, de entrada, que los colombianos descendemos de gentes llegadas de todos los rincones de la península ibérica, pero en particular de tres regiones: Andalucía, Extremadura y Castilla León. De los andaluces heredamos el carácter festivo y pasional; de los extremeños, el ser andariegos y aventureros; y de los reinos de León y de Castilla esa tendencia bucólica a hacer de las labores del campo el sustento habitual. De ahí que seamos un pueblo festivo, "pasiador" y artesanal. Qué le vamos a hacer...

Sé de buena fuente que gran parte de los que acompañaron a Jiménez de Quesada en la pacificación de los indios Palenques y dieron origen a la fundación de Santa Águeda del Gualí, por allá a finales del siglo XVI, procedían de estas regiones. Y esto arrojaría alguna luz sobre uno de los misterios de Fresno: el origen de su nombre. Desde que don Aníbal Henao escribió que se debía a la abundancia de un árbol llamado fresno, los que nos hemos preocupado por averiguar al respecto no hemos encontrado una razón que lo pruebe y lo justifique. Veamos por qué:

El fresno no es originario de América, y de él existen dos variedades: el fraximus y el fraximus excelsior. El fraximus excelsior es un oleáceo, de madera muy blanca y flexible, muy apreciado en ebanistería, que alcanza entre 20 y 30 metros de altura. De éste, existe alguna variedad en Norteamérica.

El fraximus común es originario de la cuenca mediterránea. Es un arbusto muy apreciado en jardinería, gracias a sus floraciones blancas o amarillas, y es la variedad de fresno que se conoce en Colombia. Llegó con otras plantas, de las que conforman los típicos jardines españoles: novios, geranios, claveles, resedas, etc. Como nota curiosa, en la costa Norte se les conoce con el nombre de cañaguates.

En Bogotá, más que en otras ciudades, es común ver los fresnos como ornamento de parques, jardines y calles. ¿Quién ha tenido muebles de madera de fresno heredados de sus mayores? ¡Nadie! Ni siquiera en los tiempos modernos, porque el fresno maderable no hace parte del paisaje ni del follaje de nuestras selvas primigenias. ¡Ni siquiera fue importado! De modo que, para decepción de la amable concurrencia, es altamente improbable que a mediados del siglo XIX, en las laderas de la cordillera central o en el sitio que hoy conocemos como Fresno hubiese fresnos ornamentales, y menos en tal abundancia que justificara la imposición de ese nombre al lugar. Reconozcámoslo. El lugar que hoy conocemos como Fresno no era más que un paraje agreste y frío por aquellas épocas, cruce de caminos de arrieros y terrenos baldíos, cubiertos de selva.

Se podría conjeturar que algún viajero hubiese traído y sembrado uno o dos fresnos en el solar de su casa, y que desde allí se hubiera 1 propagado' la afición por su cultivo. Incluso, alguna vez oí decir a alguien que un gringo venido por estas tierras a mediados del siglo diecinueve, atraído por la fama de las minas de oro, contó que era oriundo de una ciudad llamada Fresno, en California (EEUU), y que ese fue el motivo por el cual algunas personas, de esas que siempre están al agazape de novedades, lo 'adoptaron' como nombre para su pueblo. ¡Ja, lo que nos faltaba! Pero no es  improbable...

Cierto es que el nombre de Mosquesada que antecedía al actual no debió gustar mucho, ya que, muy pronto en 1858 fue cambiado por el de Fresno, nombre éste que además de corto, es bonito. Lo cierto es que por generaciones los fresnenses nunca habían visto un fresno, con excepción de los sembrados en años recientes, y de los que ya quedan pocos. En una cosa me sostengo y es en que, digan lo que digan, a mí el cuento de los arbustos no me convence. ¿Por qué? Porque el fresno ornamental es eso, un arbusto de existencia peregrina en nuestra geografía. Algunos se preguntarán entonces si el señor Henao en su historia del Fresno nos mintió. A mi entender, busco dar una explicación y, tratándose de una persona culta, lo  que estaba más a mano, lo más sencillo era concluir que Fresno es el nombre de un árbol, y por consiguiente ésta era suficiente y tácita explicación.

Cierto o no, lo más intrigante está en la frase explicativa: " la abundancia en la región del árbol de este nombre". Esta expresión esconde en el fondo el real imaginario de un pueblo, que quedó en el subconsciente colectivo. Arrieros antioqueños no fueron los únicos pobladores. Lo fueron también gentes de Mariquita y de la antigua Santa Ana, hoy Falan, amén de otras gentes venidas de Cundinamarca y Boyacá; estos pobladores, mestizos y descendientes de andaluces, extremeños y leoneses castellanos, heredaron de sus antepasados ese sentimiento especial por la madre Patria, sentimiento que se expresa en el amor a la lengua castellana, en usos y costumbres, en las devociones y leyendas. Es la expresión de una añoranza por lugares y pueblos que se dejaron atrás, ya los que se espera volver un día.

Un último dato curioso: la ciudad de Fresno (CA) de Estados Unidos fue fundada por los mismos años en que se fundó nuestra población. De hecho, el condado de Fresno, que da origen a la que es hoy gran ciudad, se formó en 1856. ¿Y a qué creen que debe su nombre? Adivinaron: a la numerosa cantidad de fresnos que en ese entonces Blanqueaba el río San Joaquín. Será entonces que el cuento del gringo citado párrafos arriba, ¿no tiene ningún asidero?

Averígüelo, Vargas...